miércoles, 3 de mayo de 2017

El Cuento del Programa: LA PRUEBA DEL MAESTRO



La prueba del maestro

Soy pobre y débil, dijo un día un maestro a sus discípulos, pero vosotros sois jóvenes, y yo os enseño: es deber vuestro, por lo tanto, conseguir el dinero que vuestro viejo maestro necesita para vivir.

¿Cómo podemos hacer eso?-preguntaron los discípulos-.
Las gentes de esta ciudad son tan poco generosas que sería inútil pedirles ayuda.

Hijos míos-contestó el maestro-, existe un modo de conseguir dinero, no pidiéndolo, sino cogiéndolo. No sería pecado para nosotros robar, pues merecemos más que otros el dinero. Pero, ¡ay!, yo soy demasiado viejo y débil para hacerlo.

Nosotros somos jóvenes-dijeron los discípulos-y podemos hacerlo. No hay nada que no hiciéramos por vos, querido maestro. Decidnos sólo cómo hacerlo y nosotros obedeceremos.

Sois jóvenes-dijo el maestro-y es poca cosa para vosotros el apoderaros de la bolsa de algún hombre rico. Así es cómo debéis hacerlo: escoged algún lugar tranquilo donde nadie os vea, y luego agarrad a un transeúnte y coger su dinero, pero no lo lastiméis.

Vamos inmediatamente, dijeron los discípulos, excepto uno, que había callado, con la mirada baja.

El maestro miró a ese joven discípulo y dijo:

-Mis otros discípulos son valientes y están deseosos de ayudarme, pero a ti poco te preocupa el sufrimiento de tu maestro.

-Perdonadme, maestro-contestó-, pero el plan que nos habéis explicado me parece irrealizable; éste es el motivo de mi silencio. -¿Por qué es irrealizable?-preguntó el maestro.

-Porque no existe lugar alguno en el que no haya nadie que nos vea-contestó el discípulo-; incluso cuando estoy solo mi Yo me observa. Antes cogería una escudilla e iría a mendigar que permitir que mi Yo me vea robar.

A estas palabras, el rostro del maestro se iluminó de gozo. Estrechó al joven discípulo entre sus brazos y le dijo: Me doy por dichoso si uno solo de mis discípulos ha comprendido mis palabras.

Sus otros discípulos, viendo que su maestro había querido ponerlos a prueba, bajaron la cabeza avergonzados.

Y desde aquel día, siempre que un pensamiento indigno les venía a la mente, recordaban las palabras de su compañero: Mi yo me ve.Y así se convirtieron en grandes hombres, y todos ellos vivieron felices por siempre jamás.



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